Es el Señor. De condición divina siendo uno de tantos. Crucificado. Sin aspecto atrayente. Su señorío lo descubrimos en su mirada de misericordia, en el amor con que soporta nuestra debilidad haciéndose débil. No por aparentar sino en verdad. A Él rendimos culto en la Eucaristía como Pan de Dios. Sigue recorriendo las esquinas del mundo para llevarnos a lo más profundo de Dios y de la humanidad necesitada de vida y paz.
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