Reconociéndose como sierva, María no echa un jarro de agua fría contra los derechos legítimos de la mujer. Ella no es una antifeminista. Ella es una mujer con todas las de la ley. Ella, simplemente, se sitúa en la cercanía con Dios y desde ahí es libre, la más libre. No es una mujer que con su postura fomente la sumisión al mundo masculino. Su figura es promotora de una mujer independiente, con capacidad de decidir porque sus oídos acogen la palabra de Dios y la llevan a su corazón. Desde ahí camina y nos invita a madurar como personas dignas. Nos sitúa ante un Dios que nos dignifica e impulsa a vivir en libertad.
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