Agradecer a Dios es reconocer que el origen de la vida y de los impulsos que nos mueven a metas altas en nuestra existencia provienen de El. Este El no es un ser indescifrable e inaccesible sino distinto de nosotros pero no distante. Su distinción está en que El es amor infinito y continuo y de ahí su hacerse carne en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. Porque el acceso a Dios es gracias a Jesucristo, nacido de María, mensajero del Reino de Dios, padeció y murió por nosotros en la cruz y resucitó de entre los muertos.
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