Tienen que ver con el enaltecimiento de los humildes. Cuando pensamos que Dios es una potencia arrolladora, lo estamos equiparando, equivocadamente, a la manera habitual humana de ejercer el poder. La fuerza de su brazo no está en una acusación despótica o en aplastarnos sino en la capacidad de levantarnos y recuperarnos. Su fuerza está en el incorporar a los humanos al misterio de luz y amor que es El mismo y que nos ha manifestado en Cristo Jesús. Y en este terreno María juega un papel decisivo. Ella es la humilde sierva porque es la que ha sido rescatada primero y de su misión materna forma parte esencial su colaboración en sacar de la postración a los descartados.
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