En la Divina y Santa Liturgia de la Iglesia pedimos por los que gobiernan los pueblos. No pedimos por los que mandan porque seamos serviles del poder, sea de izquierda, derecha o perifrástica. Lo hacemos porque sus decisiones traen consecuencias y como deseamos el bien de las personas, elevamos nuestra oración a Dios para que se respete la vida y la dignidad de las personas. Oramos para que el bien común sea prioritario y si con alguien hay que ser cuidadoso es con los que están más necesitados. Nuestra postura con los gobernantes no es de confrontación sino de defensa de los dinamismos de la vida y de la dignidad de las personas.
El poder civil realiza su propia función y la Iglesia no tiene que cobijarlo bajo palio ni quiere pleitesía.
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