Cuando decimos que Dios es bueno, misericordioso, paciente, parece que es un coladero, una manga ancha en la que todo entra. Parece que le cuadraría mejor epítetos como exigente, justo, recto. Pero somos nosotros los que no entendemos. Su misericordia es su fortaleza, su amor es su grandeza, su perdón es nuestra salvación. Ese perdón no es un me da igual. Al contrario es la mayor exigencia para nosotros. Su misericordia es el masaje reconfortante para la esclerosis del corazón humano.
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