Se aproximó fatigado,
te abordo presuroso
suplicando de rodillas:
-Maestro bueno,
quiero vivir eternamente.
-No defraudes, no mates.
-Ya lo hago.
Y una luz brillo en los ojos de Jesús.
-Vende lo que tienes. Vente conmigo.
Y las nubes de los bienes
oscurecieron el rostro
del que se acercara corriendo.
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