Date prisa en socorrerme, Señor. Apresúrate. Estamos en vilo, en la espera de fe. Atisbamos su llegada. Ya está aquí, envuelto en pañales, recién nacido, dormido. Este es nuestro Salvador. Nos salva de nuestras prepotencias, orgullos, de creernos capaces de encontrar soluciones a todo. Su salvación para nosotros tiene que ver con el asumir nuestra indigencia y amar nuestra debilidad.
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