Si logras atrapar al vuelo
ese instante donde Dios
se detiene y hace un alto
cuando nadie te hace caso
ni valoran lo que haces,
verás como la luz del día
es más clara y en tu cara
se reflejan brillos
que no te son propios.
Te asombrarás de aquello
que no pensabas para ti.
No harán falta flautas
ni ensordecedores platillos,
solo la alabanza en la mañana
que aquieta el alma
y el rastro de Dios,
su huella tierna.
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