Cuando denominamos de esta forma a Dios, aludiendo a su majestad, mostramos nuestro reconocimiento de su grandeza y poder- misericordia entrañable. Referirse al misterio de Dios como majestad es un lenguaje apropiado porque con ello tratamos de distinguirlo de una forma, sin entrar en temas políticos, que reconocemos su singularidad. Dios nos sobrepasa, es más que nosotros y necesitamos decir su nombre usando palabras que puedan ayudarnos a reconocer su distinción de nosotros. Pero esta distinción no es distancia, desentendimiento de nuestra cotidiana realidad. Su distinción conlleva acercamiento a los más débiles, desvalidos y marginados. Su majestad se concreta en proximidad con los más desfavorecidos. En esto radica su majestad en ponerse en los últimos puestos. Así nos lo hizo visible Jesucristo. No hizo alarde de su categoría divina. Se despojó de su rango.
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