Nuestra fuerza no está en mandar sobre otros, en el decidir sobre la vida de los demás como si nosotros fuésemos los que le arreglásemos su existencia. Nuestro poder está en recibir la luz de la palabra verdadera, es decir, en acoger la verdad que ilumina nuestra vida de peregrinos. Nuestro poder es un don que se nos da y que nos hace hijos de Dios. No es algo a conquistar sino a recibir.
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