Como girasoles. Siempre vueltos hacia el sol. Así nosotros. Aquí radica nuestra luminosidad e inteligencia. Darle la espalda a Dios es morir de sed, es un sin vivir que nos encierra en nosotros mismos. Vueltos hacia Dios, nos abrimos a los hombres y reconocemos lo bueno que hay en cada uno y respondemos con bendiciones incluso si nos maldicen.
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