Lo que en principio puede parecer lógico y razonable a causa del sars-cov2, todo lo que se refiere a eventos, deportes y hasta celebraciones religiosas por su componente,no externo, sino su propia realización , queda en entredicho porque parece que todo se hace depender de declaraciones de los que se erigen en autoridad competente sobre que celebraciones litúrgicas quedan suspendidas o son posibles. La Pascua de este año no se suspendió. Nada se suspendió porque es la celebración de la Vida y esta, aunque sea entre lágrimas, no es prorrogable. Más aún la celebración engloba todo lo humano en cuanto asumido por Aquel que se hizo debilidad, lágrima, soledad, brizna de luz y gozo. No se puede suspender la Solemnidad de Corpus Christi, por ejemplo, porque se trata de la celebración de la entrega de Jesucristo a nosotros y esta se celebra cotidianamente y en el día específico litúrgico de reconocimiento, memorial de su presencia sacramental en medio de nosotros, no es posible ponerla en paréntesis aguardando condiciones mejores. Lo que se evidencia, con esta situación es que es lo importante y central y aquello que siendo valioso, digno de elogio por el sacrificio y dedicación se une a lo central, a lo que se ofrece en el altar y que se transforma en amor redentor lleno de belleza , perfume y fiesta; y si sale afuera a la calle es porque no puede sino mostrarse aunque el mismo hecho celebrativo es un salir. Lo maravilloso es que en el origen y centro está el Misterio mismo de amor en el que todos estamos inmersos y el que haya más autoridades institucionales, bandas de música , gaiteros, sonido de órgano, campanas, o alfombras florales o todo sea más sencillo y humilde no es lo que hace solemne una celebración o revela carencias porque lo grandioso es que rememoramos al Trigo de amor formado de sangre y viento al que adoramos con humildad de pueblo.